Habitar el paraíso: El Toyo

Publicado en por OverBlog

PIC 0986Habitar el paraíso no es un paradigma potestad  de las religiones;  aunque hay lugares en los que vivir nos hace pensar en que hay un Ser Superior que nos permite gozar del paraíso utilizando los sentidos de los mortales.

 

Uno de esos sitios privilegiados está enclavado entre el desierto y el mar, dónde los ocres inciertos de la tierra con sed y el azul más puro, el del Mediterráneo,  se abren para dejar sitio a dos localidades cobijadas en la zona del área metropolitana de la ciudad de Almería.

 

A 13 kilómetros del centro de la capital de la provincia de igual nombre están, Retamar y El Toyo; dos urbanizaciones hermanadas a partir de los Juegos del Mediterráneo del 2005, motivo que dio nacimiento a ésta última.

 

Dos estilos edilicios diferentes que se complementan y se unifican en un parque formado por especies autóctonas de zona semidesértica, que permite perderse por sus senderos sin dejar de ver el sol y disfrutando de la sombra.

 

El césped como alfombra para recibir pies descalzos o dejarnos cerrar los ojos en una siesta veraniega; los puentes que no cruzan ríos, permitiendo a los ojos, perderse en una visión de horizontes.

 

Los espacios abiertos a juegos infantiles y los carriles bici que hacen de El Toyo un lugar donde caminar,  practicar ciclismo o patinar han desterrado el reino del automóvil.

 

Aromas, zumbidos, los pájaros que no temen al hombre que los respeta porque son naturaleza y en El Toyo la naturaleza forma parte del diario vivir.

 

Un privilegio donde los sentidos se permiten discernir, dando a la razón tanta credibilidad como a los sueños.

 

¿Quieres dejar el parque y cruzar una calle para seguir paseando por otro parque, -o es acaso el mismo-  esta vez bordeando la franja de playa?

 

No importa donde escondas tus sensaciones;  El Toyo te permite el privilegio de respirar aire puro, de mirar tanto el nacimiento del sol como  su ocaso sin muros de cemento que lo impidan.

 

Te invita a soñar con las nereidas que duermen en el fondo de su mar, guiñando los ojos a las montañas que le envuelven.

 

Se abre en camino hacia la belleza innegable del Cabo de Gata, y te empuja, sin ruborizarse, hacia ese extraño paisaje lunar que es el desierto de Tabernas.  

 

No teme que te alejes, porque sabe que si lo has vivido, volverás.  

 

Graciela Vera 

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